1. El mundo que ves no es más que la ilusión de un mundo. Dios no lo
creó, ya que lo que Él crea tiene que ser tan eterno como Él. En el mundo que
ves, pues, no hay nada que haya de perdurar para siempre. Algunas cosas durarán
en el tiempo algo más que otras. Pero llegará el momento en el que a todo lo
visible le llegue su fin.
2. Los ojos del cuerpo no son, por lo tanto, el medio a través del
cual se puede ver el mundo real, pues las ilusiones que contemplan solo pueden
conducir a más ilusiones de la realidad. Y eso es lo que hacen. Pues todo lo
que los ojos del cuerpo ven, no solo no ha de durar, sino que además suscita
pensamientos de pecado y culpabilidad. Todo lo que Dios creó, por otra parte,
está por siempre libre de pecado y, por ende, por siempre libre de culpa.
3. El conocimiento no es el remedio para la percepción falsa, puesto
que al proceder de distintos niveles, jamás pueden encontrarse. La única
corrección posible para la percepción falsa es la percepción verdadera. Ésta no
perdurará. Pero mientras dure, su propósito será sanar. La percepción verdadera
es un remedio que se conoce por muchos nombres. El perdón, la salvación, la
Expiación y la percepción verdadera son todos una misma cosa. Son el comienzo
de un proceso cuyo fin es conducir a la Unicidad que los trasciende a todos. La
percepción verdadera es el medio por el que se salva al mundo de las garras del
pecado, pues el pecado no existe. Y esto es lo que la percepción verdadera ve.
4. El mundo se yergue como un sólido muro ante la faz de Cristo. Pero
la percepción verdadera lo ve solo como un frágil velo, tan fácil de descorrer
que no podría permanecer más de un instante. Y por fin se ve como lo que es. Y
ahora no puede sino desaparecer, pues en su lugar ha quedado un espacio vacío
que ha sido despejado y preparado. Donde antes se percibía destrucción, aparece
ahora la faz de Cristo, y en ese instante el tiempo acaba para siempre y el
mundo queda olvidado, según se disuelve en la nada de dónde provino.
5. Un mundo perdonado no puede perdurar. Era la morada de los cuerpos.
Pero el perdón mira más allá de ellos. En eso radica su santidad; así es como
sana. El mundo de los cuerpos es el mundo del pecado, pues solo si el cuerpo
existiera sería posible el pecado. El pecado acarrea culpa, tan
irremediablemente como el perdón acaba con ella. Y una vez que ha desaparecido
todo rastro de culpa, ¿qué queda que pueda seguir manteniendo al mundo separado
y fijo en su lugar? Pues la idea de lugar habrá desaparecido también, junto con
el tiempo. El cuerpo es lo único que hace que el mundo parezca real, pues al
ser algo separado no puede permanecer donde la separación es imposible. El
perdón prueba que es imposible porque no ve el cuerpo. Y lo que entonces pasas
por alto deja de ser comprensible para ti, tal como una vez estabas seguro de
su presencia.
6. Éste es el cambio que brinda la percepción verdadera: lo que antes
se había proyectado afuera, ahora se ve dentro, y ahí el perdón deja que
desaparezca. Ahí se establece el altar al Hijo y ahí se recuerda a su Padre. Ahí
se llevan todas las ilusiones ante la verdad y se depositan ante el altar. Lo
que se ve como que está fuera no puede sino estar más allá del alcance del
perdón, pues parece ser por siempre pecaminoso. ¿Qué esperanza puede haber
mientras se siga viendo el pecado como algo externo? ¿Qué remedio puede haber
para la culpabilidad? Mas al ver a la culpabilidad y al perdón dentro de tu
mente, éstos se encuentran juntos por un instante, uno al lado del otro, ante
un solo altar. Ahí, por fin, la enfermedad y su único remedio se unen en un
destello de luz sanadora. Dios ha venido a reclamar lo que es Suyo. El perdón
se ha consumado.
7. Y ahora, el Conocimiento de Dios, inmutable, absoluto, puro y
completamente comprensible, entra en su Reino. Ya no hay percepción, ni falsa
ni verdadera. Ya no hay perdón, pues su tarea ha finalizado. Ya no hay cuerpos,
pues han desaparecido ante la deslumbrante luz del altar del Hijo de Dios. Dios
sabe que ese altar es Suyo, así como de Su Hijo. Y ahí se unen, pues ahí el
resplandor de la faz de Cristo ha hecho desaparecer el último instante de
tiempo, y ahora la última percepción del mundo no tiene propósito ni causa. Pues
ahí donde el recuerdo de Dios ha llegado finalmente, no hay jornada ni creencia
en el pecado, ni paredes ni cuerpos. Y la sombría atracción de la culpabilidad
y de la muerte se extingue para siempre.
8. ¡Oh, hermanos míos, si tan solo supieras cuánta paz los envolverá y mantendrá a salvo, puros y amados en la Mete de Dios, no harían más que
apresurarse a encontrarse con Él en Su altar! Santificado sea tu Nombre y
el Suyo, pues se unen ahí, en ese santo lugar. Ahí Él se inclina para elevarlos
hasta Él, liberándolos de las ilusiones para llevarlos a la santidad; liberándolos
del mundo para conducirlos a la eternidad; liberándolos de todo temor y devolviéndolos
al amor.
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